domingo, 14 de mayo de 2023

Madres del universo









Cientos de hombres y mujeres

caminan por la calle

el sendero de la vida

que una vez

una mujer iluminó


Mujeres negras

los protegieron con dignidad

de las garras del racismo


Mujeres indias

los abrazaron con fuerza

de la devastación del colonialismo


Mujeres campesinas

que recogieron en sembradíos

los saberes de la tierra


Mujeres solas

alzaron su frente con dignidad

frente a las llamas del moralismo


Mujeres enfrentadas al mundo

que con alas protectoras

han criado a los hijos

de muchas generaciones


Madres, mujeres

extensiones del sol

que entregan a la tierra

a los hijos de las estrellas.

sábado, 13 de marzo de 2021

UN AÑO DE ANORMALIDAD

  

Hoy hace un año, el viernes 13 de marzo de 2020, dejé la oficina, bueno, mi puesto de trabajo en una oficina de nueve metros cuadrados donde trabajamos cuatro personas, en la Casa de la Creatividad, en Uniminuto. Salí a las tres de la tarde pensando en las medidas que se habían tomado para prevenir el contagio del Covid 19, pandemia que había hecho inminente su llegada al país, cuyas imágenes de su impacto en Wuhan, China, y en algunos países de Europa, como Italia y España habían alarmado al mundo.


Ese mismo día se empezaban a aplicar las medidas de seguridad en la universidad, la sede se cerró a las cinco de la tarde, como una especie de vaticinio Garcíalorquiano, nuestro programa de radio, de las cinco de la tarde, se suspendió, la programación en vivo prevista para ese horario en adelante se había cancelado. A la Casa de la Creatividad sólo iríamos por turnos una tercera parte del personal, y el horario de atención programado cotidianamente de siete de la mañana a nueve de la noche se reducía de ocho de la mañana a cinco de la tarde. Había un extraño sopor en el ambiente social. Lo que nunca imaginé ese día, es que un años después, no habría podido regresar todavía a mi lugar de trabajo.


Al llegar a casa recibí una nueva comunicación. Las directivas de Uniminuto habían decidido cerrar la Universidad, las clases de la semana siguiente se debían hacer virtualmente. Mis estudiantes de Javeriana, universidad con la que trabajo en la modalidad de Hora Cátedra, me preguntaban en redes sobre nuestra clase del lunes a las siete de la mañana, preocupados porque todas las universidades estaban cerrando y nosotros tuviéramos un encuentro presencial, el virus ya estaba entre nosotros, por lo menos mentalmente, el miedo se empezaba a apoderar de la ciudad. La respuesta de las directivas de Javeriana no se hizo esperar, se suspendieron clases hasta nuevo aviso.


A partir se ese momento todo empezó a cambiar de manera radical, colegios y universidades cerraron sus puertas. Empezó la era de las clases remotas, yo pude hacerlo sin mayor dificultad, en mi caso, los cursos los tenía articulados a grupos de Facebook y trabajaba contenidos en diferentes entornos digitales como Drive Google y Wix, así que programé clase en Meet, para seguir en el entorno de Google donde estábamos conectados institucionalmente profesores y estudiantes para los procesos académicos. Esa primera clase tuvo un aire de desconcierto total, aún así, desarrollamos nuestra sesión sin mayor inconveniente, pero con la extraña sensación que daba no estar en el salón de clase, sino conectados a través de las pantallas del computador o del celular.


El fin de semana siguiente, la Alcaldía Mayor de Bogotá decretó un simulacro de aislamiento vital preventivo desde el jueves 19 de septiembre a las 11:59 de la noche, hasta las 11:59 del lunes 23 de marzo, que era festivo, por primera vez en su historia, la ciudad se cerraba completamente durante un puente, no hubo alamacenes, restaurantes, ni cines, mucho menos bares. Sólo tenían autorización de abrir las tiendas y comercios de primera necesidad, venta de alimentos y farmacias con drogas para la salud. Este simulacro se conectó con la emergencia sanitaria decretada por el gobierno nacional, y con los decretos de aislamiento que lo acompañaron, de ser un simulacro, el aislamiento preventivo pasó a ser una realidad, y así pasaron, de catorce días en catorce días, los primeros cuatro meses de pandemia en el país.


Después de cerrar una semana, las clases en Javeriana también se retomaron de manera remota, se adaptaron las plataformas de Teams, ya que el entorno académico institucional estaba ligado a Outlook, junto con el ambiente de aprendizaje Blackboard Learn que también hizo parte de los espacios trabajados por los profesores. En menos de un mes, el mundo se volvió conexión virtual, Zoom, Meet, Teams, Blackboard y otras menos reconocidas se hicieron parte del ambiente cotidiano. Iniciaron los procesos de capacitación virtual para el uso de estas plataformas, la pelea entre Integrados  y Apocalípticos perdió sentido, quienes denigraban de las tecnologías no tuvieron más remedio que aprender a manejarlas o desconectarse definitivamente. Algunos recurrieron al correo electrónico y a las llamadas en celular, quedando completamente rezagados de lo que empezaba a vivir una sociedad hiperconectada a la fuerza.


Surgieron todo tipo de ideas conspirativas, desde las que iban de un complot de la China contra occidente, hasta las ideas de un complot del capitalismo para reactivarse en medio de su crisis inminente, pasando por la maquinación planeada por la banca mundial para generar nuevos dividendos a través de la pandemia. Las iglesias empezaron a ver el castigo de Dios por los pecados de un mundo desbordado, también se habló de la venganza de la naturaleza contra la especie humana por los desafueros con los que estaba destruyendo el planeta.


Aparecieron las estadísticas de la pandemia, los noticieros empezaron a contar el número de contagios, los pacientes ingresados en las UCIS y los primeros fallecimientos, las diferentes administraciones gubernamentales iniciaron la compra de respiradores, pruebas de laboratorio para detectar el virus, era necesario ampliar la capacidad de atención hospitalaria; en Bogotá la sede de Corferias se convirtió en un hospital alterno que no tuvo que usarse, afortunadamente.


Las consecuencias del aislamiento no tardaron en reflejar la crisis económica. En las calles desoladas se cerraron muchos locales y en las empresas puestos de trabajo. Oficinas y locales desocupados con avisos de “SE VENDE” o “SE ARRIENDA” inundaron la ciudad.  Los trapos rojos en los barrios populares empezaron a aparecer masivamente, la lucha contra la pandemia tuvo un nuevo oponente, el desempleo y al hambre, la gente tenía que sobrevivir, y si el virus no la mataba el hambre sí lo iba a hacer. Los subsidios no daban abasto y cada vez era mayor la alarma.


En medio de esas noticias azarosas, de los animales silvestres que caminaban por las calles de las ciudades, de las estadísticas y del temor, surgió una “nueva normalidad”, los hogares se convirtieron en oficinas, salón de clase, salas de juntas, academias de baile, gimnasios deportivos y todos los escenarios que pudiéramos imaginar.


Las jornadas de trabajo se mezclaron con la cocina para la preparación de desayunos, almuerzos y comidas, y se combinaron con la escoba, el trapero y demás utensilios de aseo. Así que el final de la jornada lo marcaba el agotamiento total.


Yo me negué a relegarme a una pantalla, por lo menos tan pequeña como la del computador, así que instalé en el estudio el televisor de 45 pulgadas que tenía en la sala, conecté una webcam y armé mi salón virtual de una manera que me permitiera sentir cómodo, en la pantalla del televisor veía a mis estudiantes y los materiales de trabajo en la del computador, y aunque algunos tenían problemas de conexión, la mayoría conectaban sus cámaras, al menos en los momentos de participación, siento que he sabido sobrellevar la situación, pero no dejo de extrañas la presencia física de mis estudiantes.


Saqué un antiguo overol enterizo de piloto que tenía guardado para salir del apartamento; aparté unas botas y una chaqueta y los convertí en mi traje de protección contra el coronavirus. Cuando llegaba de la calle después del mercado o la compra del día, lo llenaba de alcohol y lo colgaba en un perchero tapado con una talega plástica, también bañada en alcohol, así surgió el “coronaperchero”.


Hoy, un año después, hemos tenido dos picos y muchas muertes, nos hemos relajado y vuelto a tensionar, hemos tenido encierros paulatinos, hemos vuelto a restaurantes y a nuevos encuentros de trabajo con todas las medidas de seguridad, hemos pasado de la escasez de tapabocas, alcohol y gel antibacterial, a una sobre oferta, con tapabocas elegantes y a la moda, y por fin hemos empezado a recibir la llegada de las vacunas, aunque a cuentagotas. En medio de la amenaza de un tercer pico en Bogotá y la incertidumbre del inicio de la vacunación masiva, no hallamos la hora de volver a salir a la calle y al encuentro con los amigos y familiares.


Muchos se han quedado en el camino, aunque para quienes insisten en alimentar las teorías conspirativas y la farsa de las institucionas públicas, las muertes no han sido suficientes. Seguramente se nos va otro año en esta situación, con salidas cada vez más amplias, hasta que volvamos a una nueva normalidad, no a la de antes de la pandemia, porque indudablemente muchas cosas llegaron para quedarse, pero lo único que jamás podremos cambiar, es la sonrisa cercana de una cara amiga y el abrazo sincero que ha llenado los instantes de nuestra vida, espero que el próximo 13 de marzo, el del 2022, sea un domingo tranquilo, de descanso después de una semana de trabajo en nuestras oficinas, en los salones de clase, en las cabinas de radio, en los lugares que nos corresponda, que hayamos tenido un fin de semana de reunión familiar, de cine, o porque no, que estemos viviendo el guayabo, después de una noche de baile y discoteca.


viernes, 30 de agosto de 2019

EL BRILLO DE SUS OJOS

Imagen homenaje de la Facultad de Ciencias de la Comunicación

A Elizabeth y John Faber


Se fueron juntos
en una extraña cita convenida.

Quedaron sus sonrisas rebotando en las paredes
y en el vacío
el brillo de sus ojos.

Dejaron de ir y venir,
escuchar aquí,
resolver allá…
Profe mire esto,
profe ayúdeme en esto…

Profe,
            profe,
                         profe…

Muchos están desamparados
frente a sus sillas vacías.
¿Quién les ayudará?

Un día los vimos llegar,
a John como estudiante,
le oímos contar sueños
y cumplir retos,
con viajes en portugués…

Y los vecinos de trabajo,
y los compañeros de almuerzo,
y los amigos de pola…

Elizabethe y Jhon Faber se fueron
nos dejaron como herencia
sonreír
escuchar a los muchachos
y jamás olvidar
el brillo de sus ojos



viernes, 28 de diciembre de 2018

CAMINAR Y LEER, Pequeño homenaje personal a Amos Oz


Esta mañana sentí una enorme tristeza cuando supe la noticia de la muerte de Amos Oz, uno de mis escritores preferidos de los últimos años. Me enteré en Facebook, alguien compartió la noticia publicada en El País de España. Sentí como se hubiera muerto un amigo cercano, y es que es inevitable sentir a los escritores cercanos, aquellos que lo acompañan a uno con sus historias, como un amigo. ¿Cuántas veces se acuesta uno con ellos, o incluso, amanece acompañado de uno de sus libros?

Mi libro favorito suyo es “La bicicleta de Sumji”, amo ese libro, su historia y sus personajes, a Esti ese primer amor a través de una bicicleta que se convierte en un tren, un perro, un sacapuntas y en ese amor infantil adolescente del final. Cuando mi querido amigo Jerónimo García Riaño escribió “El día de los tres goles” sentí una emoción enorme, a pesar de ser tan diferente, tenía esa magia de Oz en “La bicicleta de Sumji”. Es extrañamente grato que un amigo cercano escriba algo que le permita identificarlo con uno de los grandes escritores, Jerónimo está en plenitud de vida, está escribiendo, mientras Amos Oz nos dejó.

La pesadumbre me acompañó a lo largo del día, salí acompañado de su libro “Versos de vida y muerte”, mi esposa tuvo aquellos compromisos  de fin de año con amigos. Almorcé en “El Caguán”  un restaurante criollo a la vuelta de mi casa, releí el libro en el restaurante, en mi caminata por Palermo y luego por la calle 45, hasta llegar a Transmilenio. Caminé despacio mientras leía, mientras gozaba con “El autor”, protagonista de  la novela. Tomé la ruta “6 Universidades” y luego caminé por la Tercera, recordando esas calles de Las Aguas de cuarenta años atrás, cuando mi mamá me llevaba a visitar a Teresita De Hermida y yo me fascinaba con su vieja tienda de vitrinas de madera con pasadores.
 
Hablé con las calles de La Candelaria, con aquella casa esquinera de La Concordia, con las chicherías de la segunda y El Chorro de Quevedo, con el Restaurante Roma, abajo de la Universidad de La Salle, por la carrera once, caminé muy despacio mientras leía “Versos de vida y muerte”, como si caminar y leer fuera un ejercicio totalmente natural. Llegué al café Juan Valdez del Centro Cultural Gabriel García Márquez, la imponente estructura arquitectónica de Salmona, pedí un Café Colina y me senté en la terracita sobre La sexta y seguí leyendo.

Y fue inevitable que mientras leía se me ocurrieran historias de la gente, de las calles, algunas propias de mi nostalgia, La Candelaria es nostalgia para los bogotanos, sobre todo, aquellos que la atravesamos durante años de nuestra niñez por la carrera cuarta, en un transporte de “Buses amarillos y rojos” desde el barrio Olaya, en el sur de Bogotá, al Parque San Diego.

Mientras “La Mona” está mujer tradicional que en la esquina interpreta su música me acompaña con sus acordes clásicos, sigo leyendo a Oz y gozando sus ideas disparatadas de escritor que le monta historias a la gente, en el café, en la calle, en el auditorio.

Otra vuelta a La Candelaria por el lado del Teatro Colón y su historia de dos siglos y medio, a la Plaza de Bolívar, a las sombrererías de la once, a las historias futuras que aguardan cada sombrero, el Barbisio, el Gardeleano, el Indiana, cabezas de vidas con hombres frustrados, aventureros, galanes, tramposos y hasta escritores.

Regresé por la Once hasta la tercera, ya de noche, siguiendo la iluminación de navidad, volví al Chorro y a las mil historias de cada ser humano, algunas tan reales como la propia imaginación de la vida. Ese fue mi homenaje a Amos Oz hoy, el día que nos abandonó, a sus 79 años, acompañado de su novela “versos de vida y muerte”, de las histoiras de “El autor", su protagonista. Amos Oz siempre vivirá en sus libros y en el corazón de quienes lo hemos leído.

Diciembre 28 de 2018

domingo, 12 de agosto de 2018

EL JERÓNIMO COLOMBIANO

Ha sido una enorme satisfacción leer El día de los dos goles, de Jerónimo García Riaño

La primera emoción de su título nos traslada al partido de Colombia con Alemania cuando empató 1-1 en el mundial de Italia 90. Quienes vivimos ese momento, lo festejamos como si hubiéramos ganado el mundial, y Colombia duró celebrándolo durante 24 años, hasta el 2014, cuando los goles de James generaron nuevas celebraciones. Este es el escenario de fondo en el que se mueve la novela de Jerónimo, el partido sucede mientras David, el protagonista, subido en un árbol espera la respuesta de Sara, la niña que le robó el corazón cuando la vio por primera vez vestida toda de amarillo, con el contraste de sus ojos verdes y cabello negro.

La primera novela del escritor colombiano Jerónimo García Riaño es de una frescura encantadora,  escrita sin pretenciosidad, con la rigurosidad de un escritor comprometido con su literatura, me recordó el estilo de Amos Oz y su novela La bicicleta de Sumji.

Con Jerónimo nos conocimos en el 2011, en el Taller especial para la celebración de los 30 años del TEUC, se realizó después del taller tradicional de escritores que se hace todos los años en la Central. Isaías Peña nos adentró en estrategias diferentes de la escritura. Allí formamos el Grupo TEUC 30, dónde continuamos nuestros ejercicios de escritura afinándonos entre nosotros mismos.

Algunos participamos en otros talleres, poesía, novela corta... Jerónimo nos animó a no hacer más talleres, hay que escribir, y a eso se dedicó. Lleva en este momento publicados su primer libro de cuentos, Corazón de araña negra, y la novela que estoy comentando. Además, ganó en mayo de este año el segundo puesto en el VII Premio Nacional de Cuento La Cueva, con El jugador de billar. Ya antes había ganado en el Primer Concurso Nacional de Cuento Breve, de la Revista Avatares (2011) y había sido finalista de los Premios Nacionales de Literatura, en la modalidad de cuento, de la Universidad Central (2012).

¿Qué hace a un escritor? ¡Escribir! Fue la primera lección de Miguel Ángel Manrique en su Taller de Novela Corta del Fondo de Cultura Económica. Y Jerónimo lo está haciendo, está escribiendo con pasión, compromiso, con gusto, con sufrimiento, con todo lo que vive quién se dedica a la escritura literaria.

Fue precisamente en ese taller donde tuve la oportunidad de leer el primer manuscrito de El día de los dos goles, que, por supuesto tenía otro nombre, "La espera", y supe del potencial de esta novela y de las capacidades de su escritor. La novela, editada por Calixta Editores se consigue en Panamericana, y bien vale la pena darse un paseo literario por sus páginas.


viernes, 30 de junio de 2017

REFLEXIONES DE UN ATRACO

Estás caminando por la calle, de repente te sientes contra la pared, un brazo te aprieta el cuello y te sostiene de la muñeca. Otro tipo te sujeta el otro brazo y te amenaza con un puñal.

Son tres jóvenes, no pasan de 20 años, sus caras tienen más miedo que tú, se afanan y se atropellan. Sus ojos están llenos de odio y resentimiento. Con la boca te sacan la argolla de tu dedo y del de tu esposa. Te quitan el morral y a ella el bolso, te sacan la cartera del bolsillo, las gafas caen al piso. En menos de cinco minutos se han llevado tus pertenencias, la baratija de rolex de doce mil pesos, los documentos y la tarjeta debito sin un centavo, el morral azul de Uniminuto y el bolso arhuaco de tu esposa con su estuche de maquillaje, sus llaves, su cartera con todos los documentos y los 150 mil pesos que entre los dos reuníamos. Así como aparecieron, así se fueron.

A los momentos de miedo le siguen los de rabia, indefensión, desasosiego; todo tu cuerpo tiembla y quieres matar a alguien y no sabes a quién. La adrenalina de ellos ee durante el atraco. la tuya después. Luego viene la sensación de culpa, ese in
menso vacío interior que no sabes cómo llevar: ¿¡Si hubieras llamado un taxi!? Pero nada, el destino estaba escrito, teníamos una cita con los atracadores, por eso no salimos cinco minutos antes, ni cinco minutos después.

Lo que más siento es el disco duro y la grabadora digital, no por su valor, sino por los archivos de trabajo del primer semestre de este año del disco,  y las grabaciones del documental sonoro que estoy haciendo que no descargue de la grabadora. Entonces sientes que te atropella el no haber hecho las cosas: No haber hecho la copia de seguridad mensual del disco duro que siempre hacía y que este año no hice, no haber llamado el taxi. ¿¡Por qué diablos teníamos que salir a la esquina a cogerlo!?

En realidad, el balance es muy positivo, estamos vivos, no tenemos ninguna herida, aparte una pequeña magulladura en el cuello, el brazo derecho y en la dignidad, a mi esposa le duele la mano que uno de los hampones le apretó para meterse el dedo de su argolla de matrimonio en la boca. Todavía tengo la imagen del cuchillo amenazante en el aire. ¿Cuántas noticias de heridos y muertos por una puñalada? Definitivamente debíamos darnos por bien servidos.

En general nos robaron alrededor de un millón pesos. También se pierde lo que hay que gastar, cambio de guardas en el edificio y el apartamento, duplicados de los documentos con el tiempo que implica. Esto no es nada si uno piensa que hubiera podido perder la vida.

Siempre llamamos un taxi al salir de una reunión ¿por qué no lo hicimos esta vez? La confianza. ¡El exceso de confianza! Porque es jarto estar sintiendo miedo, andar siempre prevenido. Estásbamos en el Nicolás de Federmán, el barrio de mi tía, un territorio que sientes seguro. Nos atracaron en la esquina del apartamento de mi tía, al frente de su edificio, acabábamos de salir.


La mayor tristeza de todo esto es saber que vivimos en la sociedad que hemos construido, jóvenes entre los 17 y los 20 años especialistas en el raponazo y el atraco,  que matan por un celular. ¿Qué hace que un grupo de jóvenes anden por las calles delinquiendo, en lugar de estar estudiando, divirtiéndose en algún lado o durmiendo en sus casas? No son malos, no son delincuentes porque sí, son el resultado de esta sociedad que les ha cerrado todas las puertas y no les ha dado mayores opciones.

Mientras vamos de regreso en el taxi a casa, veo por las ventanas otras parejas en la calle, otras personas,  a la una de la mañana hay mucha gente en este sector, cualquiera puede ser víctima, esta vez nos tocó a nosotros.

¿Cuántas de estas víctimas deciden después tomar venganza? Aparecen los grupos de limpieza que matan indiscriminadamente muchachos en las esquinas, por el simple hecho de ser jóvenes y pobres, vestir como raperos; no importa si son ladrones o no, si son músicos o estudian. La gente con un mediano poder creé que tiene derecho a matar. Nuestra sociedad construye esta situación y luego intenta remediarla matando, como si fuera posible matar la consciencia de lo que como país hemos hecho.

Sólo hay un camino para contrarrestar este tipo de delincuencia, acabar la inequidad, acabar con las condiciones que no le dan oportunidades a una buena parte de la gente, brindar educación y condiciones dignas de vida.

Mientras sigamos alimentando este sistema, tendremos que seguir soportando este tipo de situaciones. Hoy, mi esposa y yo salimos ilesos ¿Cuánta gente no ha tenido la misma suerte?

Las cárceles están llenas, superan el 200% de su capacidad. La policía convive con los delincuentes, hacen parte de su círculo social, viven en los mismos barrios, sólo que tienen uniforme; los jueces sueltan a los delincuentes que la policía captura en las calles; la fiscalía persigue estudiantes de la Nacional para tener chivos expiatorios, frente a casos como el del Centro Comercial Andino; los grupos de extrema derecha, en sus iglesias se preocupan de los pecados de la gente y con su doble moral juzgan su comportamiento sexual, atacan el proceso de paz, pero la paz es único camino para repensarnos como sociedad y generar los cambios que verdaderamente necesitamos. Creer que la violencia es la solución, lo único que hace es alimentar el odio de los menos favorecidos e incrementar su resentimiento.


Sí, estamos vivos, ilesos después de esta experiencia, pero mientras estas condiciones sociales continúen, tenemos que negarnos a gozar lo que una ciudad debiera brindarnos, caminar en la noche, estar tranquilos, vivir sanamente como sociedad. A la clase dirigente le interesa que vivamos con miedo, con muchos ladrones en la calle, para que la gente sienta que estos son más peligrosos que los delincuentes de cuello blanco que viven robando desde el sector público y siguen explotando desde el sector privado. Que la policía, los jueces, las autoridades en general, estén ocupados persiguiéndolos y la gente siga pensando que ese es el verdadero mal, que no piensen que estos ladronzuelos son los hijos y nietos de los desplazados que durante más de 50 años han alimentado la ciudad, son los hijos de un país con una clase privilegiada que ha explotado, ha sembrado la inequidad, ha robado continuamente desde los más altos cargos públicos. Que usa las leyes en función de sus intereses y utilizan el Estado como el escritorio desde el cual administran sus riquezas.

miércoles, 12 de abril de 2017

De Quito a Bogotá

Preámbulo Publicado en "En medio de la memoria, 10 años de la Escuela de medios para el desarrollo"

Nunca olvidaré aquella imagen majestuosa de Quito, cuando al finalizar una subida en la Avenida 10 de Agosto apareció imponente la simétrica figura del Cotopaxi, “dulce cuello de sol” en lengua cayapa, uno de los volcanes más altos del mundo.

Me había ido de Colombia con el deseo de alejarme de las universidades y de su abuso administrativo con estudiantes y docentes. “…Para la sociedad colombiana, un importante canal de promoción social, después del enriquecimiento lícito o ilícito, ha sido la educación superior” (Días Arenas, 1996, p. 167), lo que había convertido a la educación superior en un negocio rentable, sin mayor compromiso: “…en la sociedad moderna, compleja y burocratizada, ha emergido la intermediación del administrador y la sociedad colombiana ha visto surgir y expandirse la forma ominosa del propietario universitario. La materialización de los intereses de estos “intrusos” se logró no sólo en detrimento del propio interés general de la sociedad que requiere educación universitaria de calidad y con amplio cubrimiento sino en perjuicio de los sujetos naturales (estudiantes y profesores)” (Días Arenas, 1996, p. 191)

Llevaba doce años de experiencia en medios y nueve de docencia, pero la educación me había venido robando de a poquitos, después de que me la encontrara en una fotocopiadora en la Tadeo. En estos años ya había trabajado en la Tadeo, la Incca, el Politécnico, El Sena, cidca y corpotec. Pero estaba hastiado. Cuando llegaba a la
Universidad, la que fuera, sentía fastidio y no quería que nadie se me cruzara, ningún administrativo ni oficinista. Esto cambiaba al entrar al salón de clase: el diálogo con los estudiantes, el proceso de aprendizaje, me transformaba y salía de clase renovado. Sin embargo, tenía que alejarme rápido de aquellos edificios que simbolizaban la universidad como negocio y no como centro de saber.

Ya había tenido que enfrentarme a la Tadeo después de cinco años de trabajo en ella. En el 94 la Tadeo había cambiado las condiciones de contratación en medio del semestre y quería obligarnos a firmar un contrato arbitrario. Cuando protesté fui despedido. Varios años después, la demanda se falló a mi favor y la Tadeo me tuvo que reconocer los sueldos y prestaciones que me había dejado de pagar. Más adelante, el Estado puso en cintura a las universidades y las obligó a contratar profesores de planta, a crear estatutos docentes y a dar un tratamiento más responsable a profesores y estudiantes.

En el 98, cidca no me renovaba contrato si no tenía una cuenta de ahorros en
Bancolombia. Para la administración de esta organización de educación superior, no importaba mi antigüedad de dos años ni que fuera reconocido como buen profesor por la dirección académica del programa y por los estudiantes. Para los administradores, el requisito fundamental era tener una cuenta en ese banco. Decidí no tener cuenta en Bancolombia.

Era la crisis del 98 y Clack Queta, la sociedad que habíamos conformado Fabio Medellín, su esposa Teresa y yo, estaba en receso, mi desánimo con las universidades había llegado al tope y después del incidente con cidca decidí no seguir dictando clases en ninguna universidad. Cogí “mis chiros” y me fui para Quito, quería respirar otro aire.

Allí se me presentó la oportunidad de escribir libretos para una serie de radio producida por el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina, Ciespal, sobre leyendas indígenas en torno a la conservación del medio ambiente, una experiencia verdaderamente gratificante. En la primera reunión del equipo de trabajo me encontré con Alfonso Monsalve, director creativo del proyecto. En el 82, él había sido mi profesor de redacción creativa en publicidad, en la Universidad Central. Fue un reencuentro grato, pues había sido uno de los buenos profesores que había contribuido a mi formación.

Empezamos juntos a diseñar un proyecto para televisión, seguí trabajando en la serie de Ciespal, actividad que alternaba los fines de semana con la administración de una discoteca propiedad de una tía en la zona rosa de Quito. Confieso que nunca había “farreado” tanto como en esa época.

La propuesta para trabajar en Uniminuto me llegó cuando estaba preparando un proyecto para dictar talleres de radio con Ciespal. La verdad, no me llamaba mucho la atención, mi pelea interior con las universidades había sido tan fuerte que no me animaba a regresar, pero reconocía en el Minuto de Dios un proyecto diferente. Decidí venir a Bogotá y entrevistarme con Gladys Daza, la decana. Me propuso un proyecto seductor: no se trataba de un contrato tradicional de horas cátedras y docencia, el propósito era poner en marcha un proyecto: la Escuela de Medios. La entrevista con el rector, el Padre Camilo, fue inolvidable: casi no hablé, él se encargó de dibujarme el proyecto del Minuto de Dios y del papel de la universidad y de la comunicación en su construcción.

Regresé a Quito, me parecía que debía haber varios candidatos y que seguramente el puesto no sería para mí, en realidad me argumentaba excusas que me mantuvieran en mi posición de no regresar a Colombia y menos a la Universidad, pero la decisión no demoró mucho en llegar: a los quince días me anunciaron que había sido seleccionado.


Debía entrar como docente, pero no tardaría más de un par de meses en ser nombrado como director de la Escuela. ¿Qué hacer? Recuerdo mi caminata por el Parque La Carolina y mi recorrido en el trolebús por el centro histórico de Quito, reflexionando sobre el tema: por un lado estaban los proyectos con Ciespal para dictar talleres de capacitación en radio y, con Manuel, seguir en la escritura de guiones para televisión, habíamos iniciado diálogos con Ecuavisa, pero el Minuto de Dios era un proyecto atractivo, la Universidad de otra manera, con una organización verdaderamente comprometida con el desarrollo social… Además, en Bogotá estaban mi familia, mi gente. Treinta y seis horas demoró el viaje de regreso por tierra.